Misión de los Jóvenes - Julio 2017
- Grupo Misionero
- 9 oct 2017
- 3 Min. de lectura
La semana del 22 al 29 de julio con el nuevo grupo misionero de Praga viajamos a Moquehuá, un pueblo cerca de Chivilcoy, para empezar un camino que muchos estuvimos esperando. Después de 2 meses de reuniones todos los domingos, y empezando con 70 personas el primer encuentro, de a poco nos fuimos preparando para lo que sería nuestra primera misión.
Llegamos a Moquehuá con muchos miedos, incertidumbres, expectativas, nadie sabía con qué nos íbamos a encontrar, cómo nos iba a recibir la gente, pero fuimos a entregarnos con todo. 44 personas decididas a llevar la palabra de Jesús, a donde sea y como sea.
El primer día pudimos recorrer un poco el barrio, instalarnos en un jardín de infantes que nos prestaron muy amablemente y ubicar lugares claves como la parroquia, el hospital, las duchas, etc. Fue un día más que nada de organización, dividimos grupos rotatorios de cocina, de limpieza, zonas por las que íbamos a misionar para no pasar dos veces por una casa, etc. Al recorrer las calles nos fuimos encontrando algunos niños, jóvenes, adultos y todos nos miraban, y pensábamos: "uy, me tocará misionar a esa persona? ¿Y si no me abre?". Pero sólo bastó con empezar a misionar al segundo día para que todas nuestras inseguridades, nuestros miedos se cayeran y nos encontráramos con familias súper acogedoras, que nos abrieron su corazón, su casa, nos invitaron a almorzar a distintos grupos y que se fueron sumando de a poco a las misas y a las actividades. Claramente no fueron todas las casas el caso, pero sí la mayoría.
Fue una semana intensa de actividades, de dormir poco, algo de frío, comidas repetitivas, pero total y absolutamente movilizadora. Cuando el cuerpo no daba más de cansancio, cuando la cabeza estaba cayéndose del sueño, te encontrabas con una persona que te hacía olvidarte todo lo que te impedía seguir. Nos recibieron con tanto amor, que era un placer compartir un mate, una charla, y hasta generar vínculos que superaran la misión misma y querer volver a visitarlos como si fuesen nuestros abuelos o familia lejana. Las semillas que fuimos a plantar dieron fruto muy rápido, o aunque sea un pequeño tallo, una respuesta de que hicimos las cosas bien. Los niños que al segundo día se sabían nuestros nombres y nos escoltaban desde el jardín de infantes hasta el parque, los jóvenes que se sumaban a todas las misas, y que nos invitaron a cenar, los ancianos que nos regalaban sonrisas por haberlos acompañado dos horas de nuestras vidas. Fue algo tan increíble.
El miércoles pudimos presenciar el día de los abuelos, y se hizo una misa especial donde invitamos a todos los ancianos a participar y a quedarse después para una mateada con nosotros y con los jóvenes, y fue un éxito. Algunos terminamos cantando y bailando milongas con las abuelas, algo que no vamos a olvidar nunca.
El viernes, nuestro último día, tuvimos una misa de cierre de nuestra misión y concluimos con una cena a la canasta con todo el que quisiera participar. Fue increíble hacer la comparación entre la primer misa, con 5 personas en la parroquia y nosotros descubriendo una misa distinta a la de nuestros domingos, mirándonos porque no sabíamos qué estaban recitando, y terminar con una misa donde la gente no tenía lugar donde sentarse, donde Pili (12 años) decidió bautizarse y Aron (14 años) tomar la primera comunión, todos cantando, rezando como si fuese nuestra misa de todos los domingos, llorando de la emoción y abrazándonos con la gente que no vamos a ver hasta el verano que viene. Sumado de un banquete de comida espectacular de toda la gente que quiso quedarse a compartir con nosotros un rato más de su tiempo.
Realmente fue una experiencia inolvidable y muy gratificante, donde fuimos a dejar todo, a llevar la palabra y nuestra fe, pero que terminamos llevándonos más de lo que pudimos pedir. Y quiero aclarar que ese viernes a la noche no fue una despedida, sino la bienvenida a un nuevo camino que recién empieza. Moquehuá, nos volveremos a ver.

Comments