Sobre la Reconciliación (14/2/2014)
Uno puede decir: ‘Yo solo me confieso con Dios’. Bueno tú puedes decirlo, puedes decirle tus pecados, pero tus pecados son también contra los hermanos, contra la Iglesia. Por eso es necesario pedir perdón a los demás y a la Iglesia en la persona del sacerdote.
‘Pero Padre me da vergüenza!’ Pues la vergüenza es buena, es saludable tener un poco de vergüenza. Avergonzarse es saludable. Cuando una persona no tiene vergüenza en mi país se dice que es un sinvergüenza. La vergüenza hace bien porque nos hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión y en nombre de Dios perdona.
También desde el punto de vista humano, para desahogarse es bueno hablar con el hermano y decir al sacerdote las cosas pesadas de mi corazón, uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia, con el hermano. No tengáis miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la cola para confesarse, siente todas estas cosas incluso la vergüenza. Pero cuando termina la confesión sale libre, bello, grande, perdonado, blanco, feliz. ¡Esta es la belleza de la confesión!
Queridos amigos, celebrar el Sacramento de la Reconciliación significa ser envueltos por un abrazo cálido: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordemos esa bella Parábola del hijo que se ha ido de su casa con el dinero de la herencia, ha malgastado todo ese dinero y cuando no tenía nada, decide volver a casa pero no como hijo sino como siervo, con mucha culpa y vergüenza en el corazón. La sorpresa es que cuando comenzó a hablar para pedirle perdón el Padre no le dejó hablar sino que lo abrazó, lo besó e hizo fiesta. Yo os digo: Cada vez que nos confesamos Dios nos abraza y hace fiesta. Vayamos adelante en este camino, ¡qué Dios os bendiga!