El Adviento
- P. Hugo
- 2 dic 2017
- 2 Min. de lectura
El Adviento nos ofrece un marco que está lleno de ilusión, esperanza y ternura. Nos brinda un tiempo para preparar un viaje interior hacia una fiesta que, año tras año, se actualiza posibilitando el reconocimiento del Misterio en lo cotidiano. Así es como la Navidad se revela, no tanto como una explosión de jubilo, como una implosión de amor que se desborda de dentro hacia afuera y que contagia hasta la realidad más degastada. La primera nota que quisiera rescatar tiene que ver con que Dios se abaja en la Encarnación, se hace humilde, no haciendo alarde de su categoría de Dios como dice el apóstol Pablo. En este sentido más que destacar la capacidad de Dios de rebajarse perdiendo cualidades, me parece más interesante el deseo de acompañamiento que Dios mismo nos muestra. Se hace niño en Jesús para estar más cerca de las personas y acompañarlas así en cualquier circunstancia vital. Ahí será donde encontraremos más adelante la huella indeleble y genuina de Jesús, se muestra siempre cercano a la persona en todo y a pesar de todo. Una segunda nota destacable tiene que ver con el gran acontecimiento de la Navidad en sí mismo; lo extraordinario acontece en lo ordinario. Dios no se precia de sí sino que asume lo cotidiano de la vida para nacer y vivir. Lo extraordinario tiene que ver con la fragilidad y vulnerabilidad de un niño recién nacido que llora y necesita la leche y el regazo de su madre. Dios necesita de los brazos de una mujer que lo acojan y le den cobijo. Lo cotidiano se hace especial. Siendo hombre deseó hacerse humano en plenitud, con todas las vicisitudes. La última nota tiene que ver con que la Navidad esté inmersa en una atmósfera de debilidad, humildad y sencillez, esto es, que esté inserta en la periferia de la sociedad de entonces más allá del cotillón con que la hemos adornado. El nacimiento no tiene lugar en la comodidad de una casa sino que acontece en una gruta rústica y pobre. Que Dios se revelara así tiene mucho que ver con su deseo de ser como nosotros, ya que sólo asumiendo la debilidad como experiencia humana podía experimentar y ofrecer su solidaridad. Jesús fue solidario en la medida en que sintió la debilidad y la fragilidad que compartía con cualquier persona. Sólo cuando el ser humano se descubre débil y necesitado es capaz de ofrecerse a los demás como ayuda desinteresada. Dios quiso tener esta experiencia para comprender y participar de toda la experiencia humana como tal. Sólo con un corazón frágil la persona descubre su capacidad para acoger y acompañar con sencillez. El Adviento nos brinda un tiempo para darnos cuenta de lo inconmensurable que entraña el misterio de la Navidad. Dios se ilusiona entrañablemente con la obra de sus manos y decide nacer para posibilitar el encuentro que salva y plenifica lo humano que, por la Encarnación, se torna en lo más divino.

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